
La última entrada del blog de
Fernando Sánchez Dragó me demuestra que la capacidad de asombro del ser humano es infinita.
Telecaca, la titula. Adivinen... don Fernando se ha puesto delante de la caja tonta para comprobar en sus neuronas cuán dañina puede ser. Resultado: le sale fuego por la boca como a los dragones. Previsible.
Es hasta divertido leer sus reacciones ante lo más cotidiano de la tele: fútbol, teleseries, programas de cotilleo, famoseo del peor, (des)informativos, Alonso... Resulta tierno que se indigne con lo más habitual, como si fuera la primera vez que lo ve. Y así es... el director, creador y presentador de Noches Blancas, y conductor del informativo de la noche de Telemadrid no ve la tele. (Oiga, vaya ejemplo, le van a echar si encima hace ostentación de esta falta de práctica).
Bien, resolvamos el tema: prohibamos programas, mandemos a correccionales a los profesionales del higadillo, azotemos a los famosillos y famosetes en plaza pública (¡Fernando, por Dios, que te pierdes!), que el gobierno limite la sacrosanta libertad de expresión...
así, además, perdería votos, lo que siempre es bueno para la ciudadanía...
(dice él, pero ¿verdad que suena a mí?).
Más ideas...
¿No hay, me pregunto, ningún magnate de las finanzas, la pornografía, los juguetes chinos o el fast food dispuesto a abrir un canal temático de telemierda dedicado en exclusiva, día y noche, noche y día, a la incesante emisión de ese tipo de programas?
¿por qué no se instalan audímetros obligatorios en todos los hogares provistos de televisor (¿queda alguno que no lo tenga?) y se desposee de su derecho al voto a los usuarios que vean más de diez minutos de telecaca al día? Redundaría eso en beneficio de la democracia. ¿Cabe confiar en un jefe de gobierno elegido por los espectadores de esos programas?
(Esa pregunta es retórica, evidentemente).
¿Y qué espera el señor Dragó?
Me entero en
El Café de Ocata que cada vez se lee menos, de los jóvenes universitarios un 22% no lo hace nunca. De cada libro infantil o juvenil que tiene éxito se hace, no ya una película, sino una trilogía, para que no haya nada más que imaginar. Y esa es la única esperanza, la imaginación. Por fortuna la tecnología está de parte de la libertad, y por eso quienes manejan nuestra barca están haciendo lo posible por ponerle barrotes. No sé si saben que no se puede poner puertas al mar...
Y como apunta el propio don Fernando, ¿qué esperar de unos niños inocentes sometidos a una enseñanza OBLIGATORIA con asignaturas
agitprop, como él denomina a la
Edutiranización...
Niños a los que no se les enseña a alimentarse sino que se les alimenta siguiendo unas pautas más o menos sanas
por mandato.
No se enseña a elegir ni a ser responsable por mandato. Se enseña a ser obediente. Y eso tenemos...
¿Me toman por un idiota? ¿Son, acaso, eso, idiotas, los españoles?
Deben de serlo, en su mayor parte, porque dicen las estadísticas que cada uno de ellos dedica bastante más de cuatro horas diarias a la contemplación estática (y extática) de lo que la tele vomita por su boca.
No, Dragó, no, te dan la oportunidad de asumir tu conformismo y obediencia o por el contrario de ejercer tu derecho a no ver la telecaca apretando un botoncito. Cada uno se define con sus actos.
Lamentablemente estoy completamente de acuerdo con la reflexión final, ante la cual, no tengo más que añadir:
¿Qué cabe esperar de un pueblo así?
Democracia o telecracia: "that is the question"…
Dios nos guarde de los idus de marzo.