De brujas y conjuros
Patricia y Fin de los Tiempos me han dado un premio (cada uno). Ya sabemos todos que esto es como todo: es un honor y en este caso un placer por ser gente a quien aprecio, aunque hay que cumplir las reglas.
Yo he decidido saltarme lo de las normas... siempre se me dio mal. Quienes me conocen bien lo saben. Así que he decidido premiar a una sola persona. No a un blog, sino al autor. Y de una manera especial. Me pidió algo que no le puedo dar, probablemente porque confió en poderes que no tengo. Soy solamente una aprendiz, Nicholas. Entiendo que fumes nervioso, pero no puedo hacer más que dedicarte este post hasta que aprenda y pueda mandarte a Ava Gardner a que te haga arrumacos o a que te cuente un cuento (que, finalmente, es lo que a los hombres les gusta más de las mujeres).
5 comments:
Lo más difícil a la hora de desear es saber expresar el deseo. Pero nunca será tan complejo como saber negarlo sin romper la magia de la ilusión.
La Garbo... inimitable por irreal.
¿Cómo puedo agradecerte algo así, Mary White?, me temo que siempre estaré en deuda contigo. ¡Mi admirada Ava!: 1,70 cm; 50 Kg.; 90 de busto; 60 de cintura; 86 de cadera; 32 de cuello; 48 de muslos; 33 de pantorrillas; 19 de tobillos. Desconozco si ésas son las medidas perfectas; pero aun no siéndolo, estaban hábilmente combinadas. De todas formas debo reconocerte que yo no soy un fanático de las medidas o estándares de belleza, ya que la apreciación de algo bello suele estar vinculado a la subjetividad, y ésta, en muchas ocasiones, obedece a incógnitos designios que permanecen escondidos en nuestro subconsciente. Existen dos cosas que me atraen de Ava Gardner: su pelo, que invita a ser ensortijado entre los dedos en los momentos de pasión; y la intuición de que un olor especial debía emanar de ella (¿feromonas fotográficas?). No obstante, creo que Ava era de esas mujeres…cómo decirlo…radioactivas, porque acercarse demasiado a ella siempre provocaba efectos secundarios perniciosos y morías de algo: celos, ansiedad, carcomido por la pasión, por su ausencia, por la ira o la reconciliación posterior, o incluso de hartazgo por sus caprichos.
Ignoro si a los hombres les agrada escuchar cuentos, a mí no. Quizá por ello me gusta tanto Ava Gardner, sospecho que ella también consideraba que los cuentos sólo deben explicarse a los niños: ya se encargará la vida de enseñarles que Caperucita pretendía envenenar a su abuela para heredar la casa; que los tres cerditos eran narcotraficantes y el lobo un policía corrupto que reclamaba su comisión; y que Cenicienta, después de ocultar su pasado de prostituta drogadicta y actriz en películas pornográficas, era una lagarta que sólo perseguía engatusar al memo del príncipe para colocar a su familia y resarcirse de las privaciones anteriores.
Con Ava todo era diferente, sólo tenías asegurada una cosa: una dosis letal de radioactividad. ¡La muerte dulce, Mary White!
Te agradezco el regalo y me alegro de que hayas disculpado mi zafiedad. Ahora debo dejarte, una de las siete puertas del infierno se abrió y creo que llega Ava: le hablaré de tu regalo.
¡Qué mujer!: ven dulce muerte, ven.
No, no Luis, yo soy de Ava. Que es casi como Mary White. En su tiempo, a su hora, o para el intelecto.
Oiga ¿Y eso del cuentacuentos como lo sabe? Yo le digo "tener una vera eminente", si es con vistas, mejor ;-)
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