Este fin de semana he publicado mi comentario mensual en la página del Instituto Juan de Mariana, el último del año. Es una autocrítica a liberales y libertarios, que creo que nos hace falta de vez en cuando.
Acaba otro año. Parece que se impone la reflexión y el propósito de la enmienda. Es el momento de los buenos deseos para el futuro que se dibuja en un turbio horizonte. Yo, si puedo elegir, quiero para el año que viene una Barbie Libertaria. Desde 1959, todo lo que existe en el imaginario colectivo es reflejado por una muñeca de Mattel correspondiente: hay una Barbie dentista, profesora, surfera, punkie, ranchera, ecologista, princesa de cuentos, latina, Mary Poppins, obamita... ¿Por qué no una Barbie Libertaria?
Muy sencillo: los liberales y los libertarios no tenemos buena prensa, entre otras cosas porque la gente no tiene muy claro qué defendemos. Por un lado, en el año I a. de C. (antes de la Crisis), se subieron al carro liberal por la derecha y por la izquierda toda una troupe que consideró que para ganar las elecciones hay que ser un poco de todo: un poco socialista, un poco liberal, un poco de lo que usted, amado y nunca suficientemente loado votante, necesite para que me conceda su voto. Pero ya ha pasado mucho tiempo desde entonces. Ha sobrevenido lo que se vislumbraba, y quienes antes defendían la responsabilidad de cada cual ahora claman por un plan de salvación planificado desde arriba y alimentado por el gasto público. Ha pasado el momento de sonreír a la cámara afirmando ser liberal.
Sea como fuere, algo hacemos mal. Si nuestro mensaje es tan evidente (¡y lo es!), si como
decía Manuel Ayau en su discurso de recepción del Premio Juan de Mariana, tenemos en nuestra mano la solución a la pobreza (defensa de la vida, la propiedad y los contratos)... ¿por qué no hemos convencido ya al 70 % de la población mundial?
Si lo que defendemos es la autonomía individual frente al sometimiento a quienes quieren hacer de nosotros seres dependientes... ¿por qué no están abarrotados los buzones con cartas preguntando "dígame cómo lo hago"?
Mi amigo Xabi dice que vende más el mensaje "Usted no haga nada, señora, déjese llevar, que yo sé muy bien qué necesita y se lo voy a dar, me lo pida o no... (y no se olvide de pagar)", que decirle a la gente que se haga responsable de sus actos, por más que esta última opción asegure independencia y libertad. Es cierto, señor conde, pero hay algo más, reconozcámoslo. No comunicamos bien y no somos buenos estrategas.
Los liberales y libertarios somos racionalistas. Unos y otros, con más o con menos formación oficial, todos nos preocupamos por leer, argumentar, debatir hasta la extenuación para delimitar qué sí, qué no, de qué manera y en qué circunstancias. Yo reconozco que me encanta discutir con mis compañeros, que disfruto con esos análisis eternos. Pero soy consciente de que eso no llega a la gente de a pie que viaja conmigo en el Metro. No les llega incluso cuando los temas les importan, y eso es en pocas ocasiones. Los publicistas de detergentes para la lavadora saben que un toque científico está bien, pero lo que la gente quiere ver es a la niña vestida de Primera Comunión caerse en el barro y lo blanco y brillante que queda el vestido después. Y nosotros los liberales y libertarios tenemos esa carencia. Hay que hacer más cosas (¡sin abandonar los debates sesudos!).
Las personas que podrían estar interesadas en nuestro mensaje no quiere saber la delgada línea que diferencia a éstos de aquellos; le preocupan otras cosas más prácticas: que el Gobierno gasta mucho y mal, que no puede educar a sus hijos como quiere, por poner un par de ejemplos. ¿Por qué no dedicarnos a explicarles qué es realmente el liberalismo y cómo puede afectar a su vida cotidiana?
La primera y principal razón somos nosotros. No sabemos escribir sin desprendernos de la densidad del lenguaje técnico. No sabemos hablar comunicando. Es un gran error: be gentle with the reader, sé amable con el lector, me repitió siete años mi director de tesis. Y para ello es imprescindible tener muy claro quién es el lector. Porque como dijo el gran publicista del PSOE en una canción... "No es lo mismo". Pero eso no es todo. Cuando alguien comunica bien, le despreciamos de manera más o menos evidente porque nos parece frívolo. ¡Lo que nos faltaba!
El otro punto es la estrategia. Una de los signos evidentes de que debemos estar en el camino correcto es que cada vez nos critican más, les hacemos pupa. Y, por supuesto, en este intento de desprestigio, muchas veces exitoso (llamemos pan al pan, y vino al vino), no escatiman. Somos medievales, comeniños, pederastas, fachas... y, por encima de cualquier otra cosa, somos una secta. ¿Y qué hacemos? Como nos sentimos minoría agredida, nos comportamos como una secta. Porque las sectas se comportan como minorías agredidas. Pero si lo pensamos bien ¿qué son los seguidores de Hello Kitty sino una minoría "elitista"? Creo que deberíamos lanzar una campaña de merchandising aprovechando los ataques de aquellos que nos insultan porque les resultamos molestos. Una campaña divertida, barata y bien diseñada. Si otros pueden, nosotros también.
Tal vez entonces Mattel se plantee sacar una Barbie Libertaria. Y realmente les daría muchos beneficios, especialmente en los complementos, pues casi todo es opcional y voluntario.