Cincuenta y seis. Ese es el número de personas que comparecieron a lo largo de los primeros quince días de julio del 2006 en la "Ponencia para el estudio de la situación actual de la prostitución en España y la concreción de orientaciones y propuestas transversales que se deban desarrollar en todos los ámbitos", constituida en el seno de la Comisión Mixta de los Derechos de la Mujer y de la Igualdad de Oportunidades. Filósofos, representantes de CCOO y UGT, psicólogos, expertos en temas de violencia contra la mujer, expertos en ayuda a las mujeres maltratadas y a las prostitutas, dos representantes de organizaciones de prostitutas, uno del COGAM, varios de las asociaciones de vecinos de Barcelona y catedráticos, muchos catedráticos, conforman este grupo de personas que han informado a la Comisión del Congreso que ha estado reuniéndose durante los pasados siete meses.
Las conclusiones son decepcionantes en los dos aspectos a los que se refiere. Por un lado, en cuanto al estudio de la situación actual de la prostitución, la principal conclusión es que la cosa está muy mal. Y eso es así, casi en términos absolutos, por la existencia de mafias que obligan a las mujeres a prostituirse, a las palizas, la extorsión, la prostitución infantil, y en fin, a los mismos problemas de siempre.
Por otro lado, las orientaciones concretas que se proponen, supuestamente de carácter transversal, que es un término tan progre, del que se abusa tanto y tan difícil de plasmar en la práctica, justamente por lo que significa, son una broma después de todo el trabajo, las consultas, los recursos de los contribuyentes gastados y el bombo que se la ha dado. No se criminaliza, no se penaliza a la mujer, pero no se legaliza, no se normaliza la actividad, se quiere castigar al cliente y, por descontado, al proxeneta y se recomienda, con la viveza y determinación que sólo quien sabe que tiene poder político exhibe en todo su esplendor, que se retiren los anuncios de los periódicos y de los medios de información y comunicación, en general.
Casi consolaría imaginar que quienes llegan a estos resultados, por deseperanzadores que parezcan, están convencidos de que es la solución y que el día en que no exista prostitución, que es su objetivo, llegará antes mejor que después. Pues no. Cuando los focos se apagan y los debatientes de la televisión se retiran a su ciudad, uno de los psicólogos comparecientes en esa Ponencia, confiesa avergonzado: "Es un bluff. Se ha llamado a mucha gente, pero los resultados no son concluyentes, no hay seguridad sobre los datos y no se han tomado medidas efectivas. No ha servido para nada. Pero esto no puedo decirlo ante las cámaras". Valiente, comprometido, profesional. Si todos los comparecientes son de esa catadura moral, no podía ser otro el resultado. Las chicas de la luz roja (como las llamaba Tico Medina en su reportaje) le dan las gracias.
La pregunta inmediata para una mente liberal es ¿cuál es la razón para abolir la prostitución? Pilar Rahola lo explica con claridad: no es una actividad, es una lacra para la sociedad. Constituye el máximo exponente de la dominación machista en el que está inmersa la sociedad en la que vivimos. Pero ese mantra, que repiten casi para que no se les olvide, disfrutando de la libertad de expresión y del auditorio que les proporcionan sus púlpitos políticos, periodísticos y televisivos, está trasnochado desde que Camille Paglia hizo un burruño con él y lo tiró a la papelera hace varias décadas. La prostitución, dice Camille, es el máximo exponente de la victoria de la mujer sobre el hombre dominador: ella fija el precio, el lugar y escoge el cliente. No se entrega en brazos del príncipe azul, no regala su amor... vende un servicio sexual, y saca adelante a su hija, o estudia, o se viste de Carolina Herrera, o hace lo que le da la gana con el resultado de su trabajo.
Pero la Comisión, Pilar Rahola y el feminismo colectivista represor que nos gobierna no lo ve así. La mujer debe ser respetada, pero el cliente y el proxeneta son explotadores. El empresario del sexo, que mantiene un local en condiciones higiénicas óptimas y cuida de sus chicas para lucrarse, como cualquier empresario cuida del bienestar de sus trabajadores, es estigmatizado como mafioso, maltratador, explotador, confundiéndole con quienes, aprovechándose del vacío legal, de la hipocresía de nuestros gobernantes y del mercado sumergido generado por la represión velada, secuestran, violan, drogan y venden mujeres y niñas en nuestro país. Un empresario de un local no está interesado en trozos de carne, está interesado en clientes satisfechos. Quienes sí están interesados son los buitres del mercado negro, hijo de la prohibición desde que el mundo es mundo.
Si es inmoral, no acuda usted a los servicios de estas señoritas que no hacen daño a nadie, excepto si se lo pide y le paga.
Si la prostitución es un síntoma de moral degradada es porque las elecciones alternativas son pobres. Y en un mercado laboral donde el salario mínimo es un sacramento electoral, las mujeres que se encuentren en las peores condiciones, las que no tienen formación, las que aterrizan en la ciudad seducidas por la esperanza lo tienen muy difícil. Las adolescentes con circunstancias terribles y familias desgarradas por la droga de drogas, la legal y más dañina -el alcohol- atrapadas por leyes que las consideran incapaces de trabajar porque sería explotación, pasan a engrosar las filas de prostitutas más demandadas, directamente o después de haber vivido en la calle y haber sido forzadas por el primer desgraciado que se encuentran. Las rigideces del mercado laboral y los "solidarios" políticos y sindicalistas defensores del salario "digno" para todos abocan a muchas mujeres mayores y menores a la sordidez de la prostitución. Los mismos que, en la Comisión, les niegan el pan y la sal por un puñado de votos.
En realidad, todo es el resultado de un sencillo cálculo político. No hay más que medir cuántos votos de más o de menos obtengo si defiendo la libertad y compararlos con los que obtendría si defiendo la abolición. Y está claro: las prostitutas son transgresoras de la moral tradicional, gracias a la cual han sobrevivido y de donde han obtenido sus mejores clientes. Y además no se pliegan al neo-puritanismo del feminismo colectivista. No tienen nada que hacer. Mientras cada uno lleve su careta seguirán siendo pasto de abusos, no solamente por parte de delincuentes, sino también de las autoridades, quienes supuestamente nos defienden pagados con nuestros propios impuestos y cuya arbitrariedad en los registros y detenciones clama al cielo.
Y en el fondo de las excusas, la perla. ¿Por qué es indigno y degradante vender un servicio sexual y no lo es vender un servicio intelectual? Uno puede vender su talento, su inteligencia, sus consejos, su empatía y su sonrisa. Una puede hasta vender su vida y casarse sin amor con un buen partido. Todo es comprensible si no lo llamas por su nombre: pero eres tan puta como la de la calle.
Otro argumento: es un trabajo terriblemente desagradable, incluso asqueroso. Y también lo es limpiar porquería de enfermos y de ancianos, o bajar a la mina, que además es peligroso, o recoger basura de las calles... y no se denominan degradantes, son empleos muy dignos para los cuales te piden que apruebes un examen, como para darle mérito a la función.
Un cantante vive explotando sus cuerdas vocales, que es una parte de su cuerpo, y a menudo hay una tercera persona, que no es cantante ni cliente, que ejerce de intermediario y se lleva una comisión, muchas veces enorme, de los beneficios: un proxeneta del artista, podría decirse. Y nadie pide que le encarcelen, ni se le señala como mafioso,maltratador o abusador.
¿Entonces cuál es la diferencia real? La de siempre: el cuerpo es malo, en especial el de la mujer, que es impuro entre lo impuro... La raíz del problema nos muestra el machismo recalcitrante de quienes se visten de cordero, el nuevo puritanismo, ahora de izquierdas, que nos gobierna y que pretende callarnos la boca a golpe de Comisión y de gritos.
Volvemos al camisón con agujero y a la quema de brujas...