¡Discrimíname!
¿Recuerdan ustedes la famosa canción del famoso matrimonio Ana y Víctor que decía "Contamíname"? La gracia de la cancioncilla, nada demagógica ni oportunista en este mundo multicultureta, era que se cambiaba el signo peyorativo del verbo contaminar, y se pedía "contamíname" de manera morbosa e insinuante.
Tal vez ustedes piensen que el título de mi post trata de emular a estos dos representantes de la cultura solidaria bermeja en la que vivimos, pero justo intento lo opuesto. Mientras que contaminar es claramente negativo, discriminar no lo es necesariamente. De las dos acepciones que aparecen en el diccionario de la RAE (ya, no es el María Moliner, lo sé) una es neutra: seleccionar excluyendo.
El otro sentido es dar un trato peyorativo a una persona o grupo de personas por motivos de raza, religión o lo que sea.
Obviamente, con el título de la entrada no les insto a que me traten peor por ser mujer, pelirroja, gafotas, bajita, o de Madrid. Pero sí les animo a que me excluyan y no me seleccionen si lo que les cuento les da lo mismo, si tienen alergia a mi persona, si me consideran inferior por ser mujer, blanca, libertaria, o por la razón que sea. Todo el mundo tiene derecho a discriminar, a no seleccionar a quienes no les resulten afines, en el ámbito privado. Y eso incluye la empresa, la casa, la urbanización privada, los lugares privados de ocio...
Cuenta Wendy McElroy en su artículo Gender Issues in the EU Charter of Fundamental Rights que Voltaire se planteó cuál era la razón por la que en la Inglaterra de su época convivían diversas culturas y religiones mientras que en Francia resultaba imposible. La razón era la libertad para discriminar en el ámbito privado sin que ello fuera un obstáculo para el libre comercio. Señala el filósofo francés cómo en la Bolsa de Londres se mezclaban representantes de todas las nacionalidades y culturas (judíos, musulmanes, cristianos), pactando y negociando unos con otros como si fueran de la misma religión, y reservando el nombre de infiel para aquellos que caen en bancarrota.
Eso sí, fuera de la arena de los negocios cada uno en su casa y punto. No tengo que ser tu amigo, mezclarme contigo, compartir nada contigo y los tuyos si no quiero. Y ese derecho a la discriminación era lo que posibilitaba la perpetuación de cierta armonía social. Por el contrario, en Francia los planificadores, padres de la obsesión planificadora buenista que nos asola, trataban de imponer la armonía social, la convivencia, la tolerancia, desde arriba. Resultado: ánimos crispados, contrariedad o ira reprimida, y batacazo final cantado.
¿Defiendo que un empresario me pague menos por ser mujer? Si mi rendimiento es menor que el de los hombres, sí. Si le caigo mal, sí. Si lo hace porque soy mujer, sí. Mientras haya igualdad ante la ley (ya no la hay gracias al Ministerio de Igualdad) quiero ser yo quien decida si quiero trabajar por menos dinero que un hombre incluso si valgo más que él.
¿Y que vamos a hacer los pobres discriminados no contratados por esos facinerosos intolerantes? Pues competir: monte usted una empresa de inmigrantes, de mujeres, de libertarios, de homosexuales, de negros, amarillos, verdes, en una palabra, de discriminados... demuestre que puede ofrecer lo mismo a mejor precio, o un producto o servicio mejor.
El derecho a dar cerrojazo en mi bar, en mi casa, en mi tienda, en mi banco, o en mi colegio a aquellas personas que yo decida (sea por motivos honorables o mezquinos) asegurará que participe de la vida social y económica en paz. Y además, aprenderé a respetar a los diferentes que me superen.
Claro que todo suena irrealizable. Lo es. Nuestro sistema político nos corta las alas a la hora de educar a los niños, de montar empresas y de realizar cualquier actividad. Nuestro sistema jurídico no asegura la igualdad ante la ley. Las políticas totalitarias del rancio feminismo colectivista se encarga de que las mujeres pasemos de los brazos del padre a los brazos del marido y de ahí a los del Estado, y nos siguen tratando como inútiles, en vez de no meterse en las decisiones individuales de cada una. Y encima la mayoría parece encantada de la sobreprotección. Y esto es aplicable no solamente a las mujeres, también a los demás "colectivos" (con perdón), a los grupos que se sienten discriminados, que lo han sido, que lo son y que lo serán. Está en la naturaleza del hombre. La discriminación del extraño nos ha permitido salvaguardar nuestra tribu, nos arropa, asegura nuestra defensa, nos permite madurar... sin qe sea incompatible con el libre comercio, el libre intercambio.
Tal vez ustedes piensen que el título de mi post trata de emular a estos dos representantes de la cultura solidaria bermeja en la que vivimos, pero justo intento lo opuesto. Mientras que contaminar es claramente negativo, discriminar no lo es necesariamente. De las dos acepciones que aparecen en el diccionario de la RAE (ya, no es el María Moliner, lo sé) una es neutra: seleccionar excluyendo.
El otro sentido es dar un trato peyorativo a una persona o grupo de personas por motivos de raza, religión o lo que sea.
Obviamente, con el título de la entrada no les insto a que me traten peor por ser mujer, pelirroja, gafotas, bajita, o de Madrid. Pero sí les animo a que me excluyan y no me seleccionen si lo que les cuento les da lo mismo, si tienen alergia a mi persona, si me consideran inferior por ser mujer, blanca, libertaria, o por la razón que sea. Todo el mundo tiene derecho a discriminar, a no seleccionar a quienes no les resulten afines, en el ámbito privado. Y eso incluye la empresa, la casa, la urbanización privada, los lugares privados de ocio...
Cuenta Wendy McElroy en su artículo Gender Issues in the EU Charter of Fundamental Rights que Voltaire se planteó cuál era la razón por la que en la Inglaterra de su época convivían diversas culturas y religiones mientras que en Francia resultaba imposible. La razón era la libertad para discriminar en el ámbito privado sin que ello fuera un obstáculo para el libre comercio. Señala el filósofo francés cómo en la Bolsa de Londres se mezclaban representantes de todas las nacionalidades y culturas (judíos, musulmanes, cristianos), pactando y negociando unos con otros como si fueran de la misma religión, y reservando el nombre de infiel para aquellos que caen en bancarrota.
Eso sí, fuera de la arena de los negocios cada uno en su casa y punto. No tengo que ser tu amigo, mezclarme contigo, compartir nada contigo y los tuyos si no quiero. Y ese derecho a la discriminación era lo que posibilitaba la perpetuación de cierta armonía social. Por el contrario, en Francia los planificadores, padres de la obsesión planificadora buenista que nos asola, trataban de imponer la armonía social, la convivencia, la tolerancia, desde arriba. Resultado: ánimos crispados, contrariedad o ira reprimida, y batacazo final cantado.
¿Defiendo que un empresario me pague menos por ser mujer? Si mi rendimiento es menor que el de los hombres, sí. Si le caigo mal, sí. Si lo hace porque soy mujer, sí. Mientras haya igualdad ante la ley (ya no la hay gracias al Ministerio de Igualdad) quiero ser yo quien decida si quiero trabajar por menos dinero que un hombre incluso si valgo más que él.
¿Y que vamos a hacer los pobres discriminados no contratados por esos facinerosos intolerantes? Pues competir: monte usted una empresa de inmigrantes, de mujeres, de libertarios, de homosexuales, de negros, amarillos, verdes, en una palabra, de discriminados... demuestre que puede ofrecer lo mismo a mejor precio, o un producto o servicio mejor.
El derecho a dar cerrojazo en mi bar, en mi casa, en mi tienda, en mi banco, o en mi colegio a aquellas personas que yo decida (sea por motivos honorables o mezquinos) asegurará que participe de la vida social y económica en paz. Y además, aprenderé a respetar a los diferentes que me superen.
Claro que todo suena irrealizable. Lo es. Nuestro sistema político nos corta las alas a la hora de educar a los niños, de montar empresas y de realizar cualquier actividad. Nuestro sistema jurídico no asegura la igualdad ante la ley. Las políticas totalitarias del rancio feminismo colectivista se encarga de que las mujeres pasemos de los brazos del padre a los brazos del marido y de ahí a los del Estado, y nos siguen tratando como inútiles, en vez de no meterse en las decisiones individuales de cada una. Y encima la mayoría parece encantada de la sobreprotección. Y esto es aplicable no solamente a las mujeres, también a los demás "colectivos" (con perdón), a los grupos que se sienten discriminados, que lo han sido, que lo son y que lo serán. Está en la naturaleza del hombre. La discriminación del extraño nos ha permitido salvaguardar nuestra tribu, nos arropa, asegura nuestra defensa, nos permite madurar... sin qe sea incompatible con el libre comercio, el libre intercambio.
10 comments:
No mentes la libertad. Son socialdemocratas.
¿Qué significa para usted "tener derecho a"?
Entiendo que tengo derecho a algo si puedo hacerlo o no,pero nadie puede impedirme que lo haga.
Bien visto, existen centenares de discrimaciones diarias, gratuitas, incontroladas, ¿qué me dices de los que son discriminados por ser de derechas? ¿o de esos pueblos en que porque uno lleva un escudo del Madrid en el llavero es marginado?
¿Puede un ministerio de Igualdad llegar a controlar algo tan natural como eso?
A ver si lo entiendo... Ser discriminador es un derecho y no ser discriminado, no.
¿Es eso? Si es eso, ¿entonces por qué lo uno sí y lo otro no? ¿Alguna revelación mistérica?
Eureka, hablo de la discriminación privada, que conste. Como si te caen mal los del Osasuna... en tu casa haces lo que quieres.
Tumbaíto, como le digo a Eureka se trata de tener derecho a seleccionar excluyendo o no, de tener libertad de adoptar una actitud frente a tu entorno espontanea. Otra cosa es que lo que a mi me parece mejor, o moral, sea tolerar al diferente. Lo que digo es que eso no se establece por ley, se enseña, depende de tu educación. Una tienda es un establecimiento privado y el dueño debería tener el derecho a admitir a quien quiera, que para eso es suya. Si te parece que ese tendero es racista, machista, o algo que va en contra de tus principios, pues no le compres... ese es tu derecho. Pero obligar a ser tolerante es forzar la crispación.
Otra cosa es lo que pase ante la ley: ahí defiendo igualdad ante la ley de todos, e igual cumplimiento por parte de todos, desde luego.
¡No! Lo que debe exigirse es que las normas de convivencia sean resultado de los órdenes espontáneos.
La voluntad puede detestar los órdenes espontáneos.
Perdón por el retraso, Mary... siempre llego tarde a lo interesante.
Estoy de acuerdo contigo en que la discriminación es un derecho. Eso sí, mi postura moral estrictamente personal es que me parece una tremenda hipocresía la "discriminación parcial", es decir, te discrimino en todas las facetas de la vida social excepto en la económica (o al revés. te discrimino en la faceta económica pero en el resto de facetas somos coleguillas; no sé si me explico). Insisto, es un derecho, y muchos lo hacen, pero a mí me parece incoherente, hipócrita y moralmente (no éticamente) criticable.
Besos, pelirroja
Berti, la base del mercado es que no tiene una finalidad moral. Tu puedes decidir comprar solamente productos en los que ningún participante en su producción e intermediación ha sido deshonesto o inmoral, y comprar (o vender) solamente a aquellas personas a quienes no discriminarías por otras razones que no son su periciaen los negocos, o en lafabricación, etc.
Personalmente,no entiendo tu postura, es como decir que solamente comerciarías con tus "afines". Y de paso...¿qué hay de tu blog? :P
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